por Rafael Nuñez
No he visto la película Avatar debido a que las filas son interminables en las escasas salas de cines tridimensionales que hay en el país. Prefiero que baje la fiebre para, sin empujones, disfrutar de un film que no sólo ha pasado los mil millones de dólares en venta, sino que, para orgullo nuestro, trabajan en el dos dominicanas, una de ellas propuesta mejor actriz de reparto: Zoé Saldaña.
En las críticas que leí aparecidas en la revista Fotogramas, se resalta que la película de James Cameron, el mismo productor de Titanic, trata de “abrir de golpe la puerta que nos permitirá descubrir todo lo que son capaces de hacer personajes enteramente generados por ordenadores”.
El intercambio de seres humanos y personajes virtuales llegan al espectador con una tecnología de vanguardia que para Cameron “dará paso al cine del futuro”.
Sin embargo, amigos lectores, no les voy a tratar en este artículo sobre la maravilla del cine 3D. De esos avatares dejaré que cuenten los profesionales vernáculos de la crítica de cine.
Voy a lo nuestro, a los avatares de la cotidianidad: El caso Paya, Figueroa Agosto, Sobeida, el difunto coronel González González y la placa del mayor del Ejército Nacional.
Cuando un gobierno se decide, de manera real, a combatir una enfermedad que se ha entronizado en los tuétanos de la sociedad, tiene que prepararse el país para ver cosas peores de las que se han proyectado en esta enorme sala de cine llamada República Dominicana.
La persecución al crimen organizado se puede comparar con la ama de casa que decide un día cualquiera botar todos los corotos que ha guardado por años, sin tomar en cuenta que esa falta de limpieza periódica va acumulando todo tipo de alimañas.
Los cambios producidos por el presidente Leonel Fernández en la Policía y la Dirección Nacional de Control de Drogas, producto de su voluntad de arrinconar el narcotráfico y sacarlo de las instituciones que ha permeado, son los reflejos de que cuando se persigue, de manera decidida, a los cabecillas de las organizaciones mafiosas con ramificaciones internacionales, se verá brotar la pus del furúnculo.
Cuando el 12 agosto del año pasado, Día Internacional de la Juventud, el presidente de la República dijo, en el Salón de las Cariátides, que el peor cáncer y mal que afecta a la juventud dominicana era el flagelo de las drogas, estaba enviando señales claras de la conciencia que tiene sobre la magnitud del problema.
Cuatro días después, Fernández designó al frente de la DNCD al mayor general Rolando Rosado Mateo con las instrucciones de golpear las redes mafiosas en barrios y en las alturas de las nubes, donde se brinda la champaña más cara, sin preguntar cuánto cuesta.
Esa decisión, la de combatir el narcotráfico en cualquier terreno, conlleva a que todas las sabandijas involucradas en ese ilegal negocio, salgan de sus guaridas, como huyen las cucarachas cuando se les fumiga.
Lo decía el jefe de la Policía Nacional, mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, hace tres meses cuando afirmaba que la confrontación al micro y macro tráfico, ubicados en cunas humildes y en el seno de alta alcurnia, traería como consecuencia el incremento de la criminalidad.
Eso se explica por lo mismo que ocurrió en Colombia, en su momento, lo que acontece en México actualmente, donde su presidente, Felipe Calderón Hinojosa, tomó la valiente decisión de enfrentar a las redes de narcotraficantes, después de tantas décadas de impunidad por la falta de voluntad de gobiernos anteriores.
Esos son los avatares de nuestras sociedades latinoamericanas, que no salen de una película de James Cameron para verla en salas 3D, pero en la que todos estamos obligados a ser del elenco, pero con una condición: ser parte de los protagonistas principales, de los buenos, para derrotar a los malos, no importa que en el otro bando se encuentre un primo mío o cualquier otro allegado.
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