La primera impresión que deja este letrero al visitante es que ha llegado a la "tierra prometida". Está colocado, si usted transita de Pedernales hacia Barahona, en dirección Oeste-Este, en el extremo izquierdo de la carretera. Fue escrito sobre una madera, destacado con pintura negra.
A pesar de la exuberante e inequívoca belleza de esta provincia de Pedernales, enclavada en la falda de la Sierra de Bahoruco, bañada por caudalosos manantiales de agua fría, de intrincados bosques y de playas cuyas arenas guardan los más inimaginables secretos de pescadores y bañistas, en esta región hay topos humanos que se buscan la vida con paquetes que caen del cielo.
En medio de toda la fuerza natural que tiene la provincia Pedernales hay, de manera contradictoria, un distrito municipal que sus escasas calles se caen a pedazos y el síndico no se da por enterado. Los viejos muros de viviendas maltrechas, agonizan por la falta de una mano de pintura.
Sus pescadores y pequeños cosecheros de viandas, mitigan el hambre de las 3,426 almas que viven aferradas a Juancho por obligación, más que por amor al terruño.
Los habitantes de Juancho, Nueva Rosa, La Sabana de Samsón, Oviedo y Playa de San Luis, entre otras localidades pertenecientes a Pedernales, tienen una oportunidad para sobrevivir de potenciales proyectos ecoturísticos, como ocurre en Cancún, México.
Los habitantes de Juancho, Nueva Rosa, La Sabana de Samsón, Oviedo y Playa de San Luis, entre otras localidades pertenecientes a Pedernales, tienen una oportunidad para sobrevivir de potenciales proyectos ecoturísticos, como ocurre en Cancún, México.
Pero los planes no arrancan y los hombres de estas tierras languidecen, a expensas de 685 tarjetas Solidaridad que se distribuyen sólo en el municipio de Juancho. En el resto de la provincia 3, 956 personas esperan mes tras mes la asistencia gubernamental.
Y los planes no arrancan porque a los protectores del medio ambiente se les ha ido la mano, entienden algunos voceros comunitarios. Se pueden preservar los recursos naturales, al tiempo que se explota turísticamente la zona.
Oviedo es otra cosa, igual de pobre, pero lo de Juancho no tiene punto de comparación. Cuando se pasa por los municipios barahonenses de Enriquillo y San Rafael, el visitante tiene que hacer malabares en la comunidad Los Cocos para cruzar ese punto, que es la frontera entre Pedernales y Barahona.
Hace 12 años que el puente sobre el río Caimán zozobró, se inició su construcción en el primer gobierno del presidente Leonel Fernández. Aún no se ha terminado.
Si usted logra sortear ese punto, entonces llega a Juancho, Oviedo, La Laguna de Oviedo y, finalmente, a Pedernales. Como la producción de sorgo y algodón sucumbió, otrora sostén de la economía de esos pueblos, los pobladores de Juancho hace tiempo que están cansados de comer pescado.
No sólo de pescado vive el hombre, parangonando la frase de Jesús cuando estando en el desierto fue retado por el Diablo a que convirtiera las piedras en pan. A eso Jesús le dijo: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". (Mt. 4: 3-4).
Esa razón, y no otra, llevó en el pasado a los habitantes de Sabana de Samsón, Juancho, Oviedo, Nueva Rosa y pobladores de otras comunidades no menos pobres, a convertirse en vigilantes de las pacas de drogas que dejaban caer en la zona, las avionetas de los narcotraficantes, que en horas de la noche sobrevolaban el espacio aéreo de Pedernales. Los vuelos han disminuido con la presencia de agentes de la DNCD.
Es un secreto que va de boca-oreja en esta región, que un grupo de sus pobladores forma parte de la una legión de hombres y mujeres que atisbaban la llegada de una avioneta, esperando una lluvia de drogas o de "buena suerte".
Las anécdotas de rescates de pacas de drogas se cuentan en los caminos de estos pueblos, como se narran las historias de los primeros ancestros llegados a estas hermosas playas del Sur profundo. Unos llegaban a saquear y otros a ser saqueados en los trabajos forzados a que eran sometidos en época de la colonia.
Se cuenta que una noche, un hombre oriundo de la Sabana de Samsón, fue como de costumbre a darles vuelta a los animales de su conuco. De repente vio unas pacas que quedaron colgadas de un árbol. Cuando logró ponerle la mano encima y las abrió (¡ah sorpresa), se trataba de una paca de cocaína.
El hombre vio el cielo abierto. Sin embargo, los dueños de la "mercancía", unos colombianos, se enteraron semanas después del hallazgo de la droga y salieron a buscar al afortunado padre de familia.
Al llegar al frente de la casa del parroquiano, los colombianos se llevaron gran sorpresa cuando justo en la puerta de una destartalada vivienda de madera, se encontraba estacionada una moderna Prado, que el hombre se había comprado con el dinero obtenido por la venta de la droga. La droga se había "evaporado" y convertido en un moderno vehículo, televisores plasmas y otras suntuosidades.
Otro caso que se registró hace años es el de un lugareño de Juancho, dedicado a "pescar" pacas de drogas en el mar, quien un mal día salió huyendo al escuchar de noche el sonido de una avioneta que sobrevolaba la zona. Divisó el punto donde fueron lanzados los paquetes, pero en el lugar se encontraban los propietarios, dos jamaiquinos y un curazoleño. Estaban armados hasta los dientes, como se dice, y se sabe que a un dominicano que se quiso pasar de listo, le dieron un tiro.
Poco después se leyó en la prensa el hallazgo del cadáver encontrado de un jamaiquino, mientras se afirma que otros dos cruzaron la frontera hacia Haití, como topos en la noche. Se dice que hubo un tumbe en esa operación.
Para los que se dedicaban a "pescar" drogas, la zona de Juancho y Sabana de Samsón se convirtió en "Ciudad de Dios".
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